Una noche de diciembre de 1983, luego de su derrota ante Jaime Lusinchi, en elecciones celebradas ese día, Rafael Caldera dijo que "el pueblo nunca se equivoca y lo que él decida está bien". Con esta frase, nada original, porque ya la había utilizado en su tiempo Juan Domingo Perón y mucho antes se le atribuyó erróneamente a Rousseau, el expresidente y candidato, para entonces de Copei, no solo reconocía el triunfo del dirigente adeco, sino que cometía, a su vez, una equivocación sobre algo que la historia nos demuestra a cada momento: el pueblo sí se equivoca y lo que él decide, a menudo, está mal y a veces muy mal.
Basta con citar dos o tres casos tomados al azar, en distintas circunstancias, tiempos y lugares, en los cuales la voluntad popular comete pifias imperdonables, la más socorrida de las cuales fue la elección que le permitió a Adolf Hitler convertirse en canciller alemán. Pero también podemos referirnos, para situarnos más cerca, al estruendoso error de los electores peruanos, quienes, mayoritariamente, se inclinaron por el enigmático y desconocido candidato Alberto Fujimori en elecciones celebradas en julio de 1983. Caso que pone de relieve la escasa memoria de un electorado que estuvo a punto de elegir presidenta, casi un cuarto de siglo después, a la hija del exdictador.
Pero si de mala memoria se trata nadie le gana a los votantes venezolanos quienes, movidos por el anhelo de conquistar la felicidad tomando el atajo de la vía rápida, caen seducidos por la promesa fácil y el odio al enemigo de turno, bien sea el imperio norteamericano, los partidos tradicionales, la "burguesía dominante", el secretario general de la OEA o la sombra de Álvaro Uribe. Y decimos nadie nos gana en este juego de equivocaciones porque Hugo Chávez, el gran responsable de la desgracia que vive Venezuela, fue electo una vez y reelecto en tres oportunidades. Con el agravantes que su sucesor también ganó por la vía electoral. Pues bien, fue necesario llegar al extremo del hambre, del crimen desatado y del salvaje saqueo del tesoro nacional, para que las grandes mayorías tomaran conciencia de la realidad.
¿Se podría afirmar, entonces, como piensan algunos sin decirlo, que el venezolano carece de las herramientas del conocimiento, de la información y de la tradición democráticas necesarias para saltar por encima de los vendedores de pomadas milagrosas y demás hierbas envenenadas? Pues no porque la Alemania de Hitler era uno de los países mejor equipados intelectualmente. Tampoco se puede culpar a Inglaterra, donde funciona el parlamento más antiguo de la humanidad, por haberse pronunciado contra su permanencia en la Unión Europea, considerando que la mayoría piensa que es lo mejor para su país a pesar de las consecuencias deplorables que va a generar. Lo mismo podría decirse de Estados Unidos, donde la colectividad del Partido Republicano, en contra de la dirigencia, apoya la candidatura de un Donald Trump racista y excluyente. ¿Y qué pensar sobre España, que ya no se contenta con ser nuestra madre patria, sino que ha estado prohijando una criatura mestiza llamada originalmente Podemos y cuyo avance se vio frenado en las elecciones del pasado domingo, luego de su pacto con la izquierda retardataria española? Un revés a tiempo de esta curiosa organización cuyo nacimiento se vio asistido por unas relaciones, más o menos furtivas, entre el chavismo de la remota, pero tan cercana Venezuela y el núcleo de una secta académica que le vendió alimento ideológico recalentado a cambio de unos cuantos millones de dólares. Y decimos a tiempo porque esa suerte de chavismo español amenazaba y aún amenazaría (aunque disminuida) con formar gobierno ante el complicado escenario político español.
Sin embargo los intentos de regresión persisten, asumen diversas expresiones (desde la ultraderecha hasta la ultraizquierda) enmarcadas en el populismo, aun cuando todas tienen el mismo objetivo y consiguen respaldo en electores azotados por una crisis que las fuerzas del establishment no han podido conjurar totalmente. Planteadas así las cosas la aparición de los outsiders no se ha hecho esperar y el pueblo está demostrando, en todas partes, que la posibilidad de equivocarse puede ser infinita. Al final, la democracia no consiste solo en la libertad de escogencia sino en saber escoger porque, en muchos casos, se escoge a quien pretende acabar con la democracia.
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Roberto Giusti

Roberto Giusti es un periodista venezolano que siempre ha perseguido el conflicto. Muy joven empezó su carrera como reportero de sucesos en Radio Caracas Radio. En búsqueda de historias se fue a Mérida,...

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