Luego de siete años tras las rejas, donde purgaba condena acusado de atracar un banco, el aún joven dirigente del Frente Sandinista, Daniel Ortega, pudo montarse en un avión y salir de la Nicaragua de Anastasio Somoza. Su liberación ocurrió luego de que un comando del FSLN asaltara la casa del presidente del Banco Nacional de Nicaragua, José María Castillo, donde se celebraba una fiesta a la que asistían un hermano del dictador y el embajador de Estados Unidos. Luego de tres días de negociaciones con los secuestradores Somoza se comprometió a entregarles ocho sandinistas presos, incluido Ortega, a cambio de un grupo de altos funcionarios del gobierno, el pago de ocho millones de dólares y un avión que los trasladara a la Cuba de Fidel Castro.
Cuarenta años después, a lo largo de los cuales ha desarrollado una azarosa trayectoria política, desde el joven comandante de una esperanzadora revolución que atrajo la mirada curiosa del mundo, hasta el septuagenario desencantado cuya permanencia en el poder ya supera la del dictador Anastasio Somoza, Daniel Ortega se deja de miramientos, rompe con las formalidades, saca a relucir su verdadera naturaleza y se apropia del Parlamento mediante la manipulación de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo Supremo Electoral. Con la destitución de 28 diputados de oposición se convierte en dueño de la Asamblea Nacional y prepara el terreno para su enésima reelección, ahora con el triunfo, asegurado de antemano.
La receta, sin embargo, no resulta ajena a los venezolanos y ni siquiera a los latinoamericanos porque eso de liquidar el Poder Legislativo cuando este cumple con sus funciones anda rodando desde hace tiempo por buena parte del continente. Así, el método del cual Alberto Fujimori es uno de los precursores, lo aplican los falsos demócratas que ya no intentan la toma del poder a base tancazos y madrugonazos (y en eso Chávez aprendió de la experiencia fallida del 4F, aunque siempre contó con una Asamblea Nacional sumisa), sino por la vía democrática. Solo que pretenden quedarse indefinidamente y es allí cuando aparecen los leguleyos con las más desopilantes ocurrencias jurídicas para acomodar las leyes al capricho del sátrapa de turno. Es decir, en el caso que nos ocupa, Daniel Ortega, pero para no ir muy lejos, también Nicolás Maduro, a partir del triunfo de la oposición en diciembre del 2015.
Claro, cada cual tiene su propio enfoque y su estilo pero todos coinciden en un punto al perfilar sus cambios ideológicos según las circunstancias y ese pragmatismo se convierte en la clave de su sobrevivencia y permanencia en el poder. Ortega, por ejemplo, en su condición de político profesional viró al sandinismo desde sus creencias originales en la juventud conservadora. De allí saltó al marxismo-leninismo-castrismo para luego pactar una repartición del poder, sin ascos, con José Arnoldo Alemán, considerado como uno de los presidentes más corruptos del mundo.
Pero ya se le agotaban los cartuchos cuando apareció la figura providencial de Hugo Chávez con quien Ortega resolvió el problema económico, solventado hasta entonces, de acuerdo a los informes de WikiLeaks, con dineros del narcotráfico. Gracias a la mano protectora que se le extendía desde Venezuela, Ortega cerró el círculo de sus veleidades doctrinarias para reconvertirse a sus ideas originales, con un toque, eso sí, de populismo y blandenguería seudorreligiosa para aplacar al público de galería.
Ortega le compró todos los delirios a Chávez, incluyendo la abortada refinería que llevaría el pomposo nombre del El Supremo Sueño de Bolívar y que tendría un costo de 4 mil millones de dólares. Mientras tanto y más allá de las quimeras, aseguró 250 mil barriles diarios de petróleo a precios y plazos preferenciales, además de los envíos de efectivo para la caja chica y el funcionamiento de los denominados Consejos del Poder Ciudadano. Todo a cambio de su adhesión incondicional. Pero de repente la tortilla se volteó, se vinieron abajo los precios del crudo, dejaron de fluir los petrodólares, no hay bienhechores a la vista y al igual que su colega Maduro, obsesionado como está con el poder, prefiere estacionarse en la reelección indefinida para convertirse en una versión tragicómica y desfasada del hombre que una vez contribuyó a derrocar.
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Roberto Giusti

Roberto Giusti es un periodista venezolano que siempre ha perseguido el conflicto. Muy joven empezó su carrera como reportero de sucesos en Radio Caracas Radio. En búsqueda de historias se fue a Mérida,...

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