Si nos pusiéramos por un instante en el pellejo de Leopoldo López, luego de conocerse la confirmación de su sentencia condenatoria, quizás podríamos experimentar una sensación de impotencia y desolación si nos dicen que nos esperan trece años de ignominia detrás de los barrotes en la cárcel de Ramo Verde. Y digo “quizás” porque Leopoldo estaba claro que era esa y no otra la decisión que tomaría un tribunal manejado desde el Palacio de Miraflores. De manera que no había lugar para sorpresas y eso lo sabía Leopoldo mejor que nadie, porque es él, al igual que las decenas de presos políticos de este gobierno, la víctima en una historia que aún tiene por delante unos cuantos capítulos antes de llegar a su final.
La entereza y una voluntad inquebrantable han sido las virtudes que llevó Leopoldo a la cárcel, consciente de que de allí solo saldría cuando el país deje de ser un inmenso calabozo. Quizás se equivocó en los tiempos, no llegó a imaginarse un cautiverio tan largo y posiblemente no previó la sevicia de sus captores, ni la infinita capacidad para tratar de reducirlo, tanto a él como a su familia, acudiendo a las más bajas formas de humillación y de maltrato. Pero, estas falencias, antes que disminuirlo, han dado cuenta de la fortaleza de sus convicciones y de unas reservas morales que solo asisten a los auténticos líderes.
Sometido a todo tipo de vejámenes y privaciones, reducido su horizonte a un estrecho calabozo, impedido de ver a su familia durante largos períodos, Leopoldo ha sabido mantener intacta su dignidad y ni en los peores momentos ha transado con sus captores. Esta actitud lo convirtió en demostración palpable de la violación de los derechos humanos y en símbolo viviente de resistencia indeclinable ante la dictadura, rompiendo en pedazos el mito de la democracia venezolana en los foros internacionales.
Quizás demasiado tarde (han pasado casi veinte años y fue necesario llegar al borde de la destrucción física y espiritual del país) ese mismo mundo que cayó cautivado ante el verbo arrebatador de Hugo Chávez, asiste al derrumbe de una leyenda dorada que se diluye en el caos, el hambre y la violencia. Pero por fin Venezuela vuelve en sí y en ese despertar ha sido vital, con sus errores y aciertos, la contribución de Leopoldo López, a quien el aislamiento y la incomunicación no lograron despojarlo de su poder de convocatoria y de su conexión con la gente.
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Roberto Giusti

Roberto Giusti es un periodista venezolano que siempre ha perseguido el conflicto. Muy joven empezó su carrera como reportero de sucesos en Radio Caracas Radio. En búsqueda de historias se fue a Mérida,...

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