La casa por cárcel que decidió imponerle la Corte Suprema de Justicia al ex presidente colombiano Alvaro Uribe, debe haber sido festejado con champaña en el Palacio de Miraflores. A fin de cuentas cortarle las alas a uno de sus temidos y peores enemigos, es un obsequio que la Corte Suprema de Justicia le brinda al ocupante (Nicolás Maduro) y a su variopinta de corte tropical y proverbial desenfedado.
Quizás los jueces no se detuvieron a considerar los efectos políticos de su decisión, tanto adentro como afuera del país, ajustándose únicamente a los hechos y solo a los hechos. Pero también podría ser todo lo contrario, es decir, que se haya obrado al margen de la realidad y lo que hay es una intención muy lejana de hacer justicia.
En todo caso, hasta ahora lo único claro es que los otrora bandidos recibieron el obsequio de unos curules sin mover un dedo para ganárselos mientras quien los combatió ha sido enviado derechito a su casa para sacarlo del juego. Pero cualquiera que fuera la verdad y el proceso se prolonga, como todo parece indicar, el poder judicial estará sometido a toda clase de presiones ante país dividido y cansado de la violencia.